Durante mi vida he sido el tonto de muchas cosas, el tonto
de las mandarinas, el tonto de los abrazos, el tonto de los amigos, el tonto de
tirar piedras al mar, … Al recordar esto ha veces siento nostalgia y otras
veces tristeza.
Recuerdo aquella aciaga tarde en la playa en la que mi relación
avanzaba a contrapié, con débiles empujones por una parte, que nunca coincidían
con los frágiles impulsos de la otra parte. Heridos de muerte fuimos al mar, ella
una media naranja y yo una media calabaza frente al mar, el mismo mar que años antes
contempló noches mágicas, que trajo con su brisa el perfume que me enamoro de
ti antes de conocerte y que días más
tarde me vería abrazado a ti en la noche.
En aquella playa, aquella tarde, note como se podría la
sangre de mis venas, como al decir “no” por primera vez , me comportaba como un
autentico canalla, ella se fue alejando por la orilla, no necesitaba ver su
cara, sabía que la arena absorbía sus lágrimas, reprimí mis ganas de correr
tras ella y cogerla de la mano mientras un cuchillo giraba en el corazón que no
hacía mucho había sido suyo.
El poniente enjugó su llanto y regresó cargada de piedras
para el “tonto de tirar piedras”, sonreía con el alma destrozada mientras explicaba
las reglas de aquella absurda prueba, tan absurda que no ocultaba ese último
intento de que las cosas fueran como antes, pero ya nada sería como antes, con
aquellas piedras lancé al mar lo poco que nos quedaba.
Hoy, frente al mar, feliz, enamorado e ilusionado, en esta
misma playa lanzo al mar los fantasmas de aquella tarde en la que me convertí
en el “tonto de no saber cómo dejarlo”.
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